El doctor Samuel Hahnemann siempre deseó encontrar un
remedio único personal y exclusivo del ser humano. Para él debía haber, sin
duda, un elemento que cumpliese a cabalidad la similitud entre enfermedad,
y remedio, que debería producir la
reacción sanadora. De hecho, el actual padre de las medicinas, Hipócrates,
decía que habían dos formas de sanar: una era por la ley de los contrarios y la
otra por la ley de la similitud. La primera postula que un medicamento
generalmente en altas dosis, debe producir una reacción contraria al problema
que está sufriendo el enfermo y de esta forma aliviar sus malestares. La
medicina alopática, ortodoxa y oficial, es la que practica este tipo de
sanación con la aplicación de elementos que producen un efecto contrario al problema
que padece el enfermo: si tiene fiebre se le da un antipirético, si es una
depresión; un antidepresivo, si es una inflamación; un antiinflamatorio, si es
insomnio; un somnífero Pero, tal como lo postulaba Hipócrates de esta forma
sólo se consigue un alivio de la enfermedad, en cambio en su tesis decía que lo
similar cura la enfermedad. La medicina homeopática emplea esta ley de sanación
y en pequeñas dosis para no producir efectos iatrogénicos en el organismo. El
doctor Hahnemann investigó una gran cantidad de elementos que en el hombre sano
producían síntomas similares a los que ese mismo producto diluido muchísimas
veces lo cura, empleando en este caso la ley de similitud y cuyo precepto dice:
“Similia similibus curentur” lo similar “cura” la enfermedad.
Qué más similar que las lágrimas para el ser humano que
vienen impregnadas en sus moléculas con toda la similitud de las emociones, que
les hacen brotar y en dosis tan diluidas los convierten en elementos
energéticos difíciles aún de detectar. La Lagrimaterapia entonces, utiliza de
forma natural lo que el actual padre de las medicinas decía 460 años antes de
Cristo y cuya sabiduría era tan especial que también aseguró que la verdadera
sanación del ser humano, llegaría desde dentro de su propio cuerpo enfermo. Dos
gigantes de la medicinas Samuel Hahnemann e Hipócrates, sin duda, conocían la
verdadera naturaleza de las enfermedades y cómo es posible curarlas.
Hoy debemos dar las gracias a Dios por entregarnos el
conocimiento del poder sanador de las lágrimas que vienen desde el interior de
cada ser, con los elementos adecuados para producir lentamente, a través de un
tratamiento consciente con ellas, lo que nos devolverá la verdadera sanidad.
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